sábado, 23 de julio de 2011

El Psiconalista - John Katzenbach.

-Feliz 53 cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte. Pertenezco a algún momento de su pasado. Usted arruinó mi vida. Quizá no sepa cómo por qué o cuándo, pero lo hizo. Llenó todos mis instantes de desastre y tristeza. Arruinó mi vida. Y ahora estoy decidido a arruinar la suya-

Y así arranca este thriller de suspenso escrito por John Katzenbach, una novela que sin lugar a dudas te atrapa en una maraña emociones que son bastante interesantes. Maneja aspectos de la psicología humana que son parte de la base de todo ser viviente, la necesidad de sobrevivir y el instinto de conservación. Agrega pizcas de lo que nos hace humanos, la empatía y la capacidad de pensar en otros antes que nosotros así como también la muy humana falta de esta misma capacidad.

En el libro te encuentras con acertijos y encrucijadas psicológicas dignas de la mente más retorcida, mismas que te absorben dentro de la historia con el pasar de las páginas. Dando tumbos y vueltas alrededor del miedo a la muerte y de los problemas existencialistas de la actualidad, John Katzenbach, narra con destreza lo que serían los últimos días de la vida de Frederick Starks, el psicoanalista.

La novela en lo personal fue muy de mi agrado, la narrativa es sencilla y poco compleja, sientes como las cosas van fluyendo fácilmente como viendo una película. Lo que más me gusto es el suspenso en el que te mantiene la novela, simple y sencillamente, no la puedes dejar de leer. Te tiene atrapado entre capítulo y capítulo deseando saber qué es lo que pasa después. Sin llegar a ser una joya de la literatura contemporánea, recomiendo ampliamente el libro como lectura ligera y entretenida. Un buen thriller que te mantendrá al borde de las páginas deseando poder entrar a la historia y hacer algo por la situación.

martes, 5 de julio de 2011

Ya me voy

Desperté el día de hoy, la pesadez de la mañana insistía en mantenerme bajo las cobijas. Tomando cada gramo de fuerza que se encontraba en mis músculos levante el brazo para apagar el despertador; curioso que a esa hora el agudo y repetitivo sonido que emite suena a la inevitable necesidad de levantarse.  Mi vista se fija en el techo y mi mente comienza a viajar por todos los lugares a los que iré hoy. El trabajo, la tintorería, los mandados, todos ellos se difuminan en lo que será un momento más de rutina.

Volteo a mi izquierda, ahí junto a mí, sin haber si quiera notado la alarma. Se encuentra la fuente de mis alegrías y de mis más alocadas aventuras. Al dibujarse una sonrisa en mi rostro la voz de mi cabeza emite un susurro: “Ya me voy”. Al moverme, sin voltear a verme su voz me recuerda abrirle al perro la puerta del patío. “Como si se me fuera a olvidar algo que llevo años haciendo” dice la voz en mi cabeza, “Te amo” dice la voz que todos pueden oír. Aún sin voltear acaricia mi cara antes de que me levante. Instantáneamente me doy cuenta que mis palabras se quedaron cortas.

Me dirijo a la regadera. Si creía que pesadez era lo que sentí al oír el despertador, mi sentimiento actual me recuerda que la comparación es la base de todas las opiniones. El sonido del agua sobre el mosaico grita “y pensar que tienes tantos pendientes en la oficina”. Bueno es que el agua en mis oídos sólo me permite oírme cantar esa canción que ayer no pude sacar de mi cabeza. “ya me voy” dijo al fin, no sé si mi garganta o mi subconsciente.
Vestido y con la puerta del patío abierta veo correr a “snuggle” hacia la jardinera mientras termino lo que será la primera taza de café del día. No la vuelvo a dejar escoger el nombre del perro, dije en voz alta tomando mi celular de la mesa y acabando de hacer mi corbata. Con quien hablas, escucho. Termínate el  Cereal, respondo y besando su frente cruza por mi mente que tengo que enseñarle a jugar ajedrez.

“Ya me voy” repite de nuevo el susurro interior y una vez más, no encuentro las llaves por ningún lado. “Como si no disfrutaras de la única cosa que no controlas del día”, me reprocha y la ignoro. Al pasar por la sala camino al coche veo mi guitarra llena de polvo. No eres lo único que ha cambiado con los años. Ya me voy, hablamos luego.

Al escuchar el rugir del coche digo en voz alta: como si realmente podría irme de aquí jamás. Nunca he sido más feliz.